Donostia tiene en posesión, desde su compra en 1919, una maravillosa finca de 3.700 hectáreas enclavada en … Navarra. Ésta es la primera paradoja del lugar, bautizado como Artikutza. La segunda tiene que ver con su profundo desconocimiento. Y es gracias a ésta segunda paradoja que el hoy considerado Parque Natural ofrece su espectáculo. El acceso desde el norte queda custodiado por la imponente figura de Aiako Harria, un mirador estratégico que funde mar y tierra. Más del 90 % de su superficie es bosque: hayas en su mayoría, pero también robles y tejos antiguos. Pese a que un pequeño circo de montañas, entra las que destacan Bianditz y Mendaur, bordea la finca, se trata de un lugar sin cimas, es decir un lugar especialmente indicado para mirar hacia dentro en vez de hacia fuera, para tocar lo que tenemos a mano sin necesidad de proyectarse más lejos. Aquí, lejos de lo cotidiano, podemos recordar lo que somos y lo que valemos, confiar en uno mismo y en la compañía.
Toda la belleza de Artikutza queda en sus rincones, en el giro de un sendero, en la luz que baña un claro, en el equilibrio improbable de un haya trasmocha, en el curso de sus muchos arroyos protegidos en su día para dar de beber a la capital de Gipuzkoa o en el recuerdo de la intensa actividad humana que aquí se desarrolló a finales del siglo XIX: carboneros, madereros, mineros, ferrerías o ganaderos vivieron de éste bosque. Hoy en día, Artikutza es más que nunca un refugio, una desconexión, desaceleración pertinente para que el ser humano acierte a recordar sus prioridades.