Es el icono montañero de Cataluña, lo que es mucho decir si se tienen en cuenta los enormes alpinistas nacidos en ésta tierra. Sus pináculos cautivan tanto la mirada como los mejores cuadros de Miró o Dalí, como si la roca hubiese querido trascender su fisionomía para representar algo más a ojos de los humanos. La Momia, el Centinela, el Mono, el Fraile… todos los grandes monolitos están bautizados y es un juego clásico atreverse a reconocerlos. A sus pies, el santuario parece guardar no solo a La Moreneta sino otro santuario, natural éste, donde la roca viste el paisaje. En cuatro pasos resulta sencillo abstraerse para perderse y reencontrarse en un laberinto sorprendente de edificaciones naturales, escalar la vertiginosa cara norte del Cavall Bernat (250 metros para una altitud máxima de 1.111 metros) o alcanzar a pie la cumbre del Sant Jeroni.
Caminar por éste laberinto resulta un reto para los sentidos y es fácil perder todo sentido del ritmo, del tiempo y dejarse mecer por una abstracción absoluta. Todo esto se lo debemos al trabajo del agua. Las peñas de Montserrat son el regalo de un río que dejó de existir dejando depósitos de cantos rodados y grava: un conglomerado que ha resistido el paso de millones de años.