El Parque Nacional de los Picos de Europa es el faro de la Cordillera Cantábrica, un accidente de apenas 550 kilómetros cuadrados tan fascinante como poco accesible. En algunos puntos, el mar queda tan cerca que el contraste entre las torres de caliza y el azul líquido se antoja un imposible. Los cántabros que se escondían de los romanos en estas montañas juzgaban más probable que el mar los alcanzase antes que lo hiciese la amenaza de las espadas. La ganadería y el pastoreo o, lo que es igual, el color verde y su vida dejan paso sin solución de continuidad a un universo más propio de Marte. La roca crece por doquier y lo invade todo en una sinfonía de picos, agujas, paredes o caos de roca que se amontonan a capricho.
La cara sur de Peña Santa es una catedral; la cara oeste del Picu Urriellu, el sueño vertical de cualquier aventurero; la norte de la Torre de la Palanca, oscura e intimidante; el naranja refulgente de las paredes de los Horcados Rojos… son regalos para el ojo que exigen un peaje: aquí la belleza no se regala a los ojos vagos y caminar por terreno severo siempre es una obligación. La recompensa bien vale el esfuerzo.