Plantada en mitad de una tremenda llanura, la Sierra de Cantabria o de Toloño ejerce el mismo tipo de contaste orográfico que el que se mide, en lo emocional, entre vivir en la ciudad o hacerlo en la naturaleza. ¿Cómo crece una muralla tan esbelta en semejantes llanuras? Auténtica espina dorsal de roca variopinta orientada de este a oeste (desde Burgos hasta Navarra y de forma apreciable entre Álava y la Rioja), la vista de éste esbelto conjunto de montañas afiladas es algo parecido a contemplar tierra desde alta mar, desde un mar de vides, caso de la vertiente riojana o desde los cultivos de la vertiente alavesa. La sierra es uno de los paraísos del senderismo amable, aunque también un lugar muy apreciado por los escaladores de la vecindad. También es un balcón inigualable para riojanos y alaveses, que pueden curiosear desde las alturas lo que esconden sus vecinos.
Contemplar el horizonte, aseguran es asomarse a la ventana de uno mismo. Se dice, también, que se acaba deseando lo que queda a mano, y en éste sentido estas montañas, su accesibilidad, su presencia ineludible siempre han sido un poderoso faro, un lugar que ofrece refugio: durante la pandemia el centro social y afectivo de la comarca se desplazó hasta sus bosques y roquedos transformándolo en un hervidero humano, en un lugar donde estar lejos de todo y cerca de lo conocido. Un trampolín.